martes, 2 de diciembre de 2008

Aziza se casó a la fuerza cuando sólo tenía 12 años.

Sentirse dueño de la verdad, siempre hará imposible un dialogo con los demás” (Abel Desestress)
Su padre pidió un préstamo a un comandante militar del norte de Afganistán, y después no pudo saldar la deuda. El comandante exigió entonces como pago casarse con alguna de sus dos hijas. Eligió primero a la mayor, una adolescente con formas ya de mujer, que huyó de casa tan pronto supo que pretendían esposarla con un hombre que le triplicaba la edad. Y después se fijó en Aziza, que no tuvo más remedio que aceptar lo que no quería: casarse a pesar de ser una niña e irse a vivir con un extraño. Así empezó su calvario.Aziza reside ahora en una de las cuatro únicas casas de acogida para mujeres maltratadas que existen en Afganistán. Es un lugar secreto, en Kabul, regentado por la ONG local Humanitarian Assistance for the Women and Children of Afghanistan (HAWCA). Junto a ella, hay 19 jóvenes más. Todas adolescentes, algunas incluso con cara de niñas, que también sufrieron la violencia desde muy pronta edad, y tuvieron que huir del hogar.Esta semana, todas ellas conmemoraron, ilusionadas, el Día Internacional contra la Violencia de Género. Lo hicieron con una función el 26 de noviembre, un día después de la celebración oficial para así no solaparse con los actos previstos en la ciudad. Leyeron poemas, entonaron canciones populares afganas que tienen letras tan significativas como “soy madre y no deseo tener una hija porque no quiero que sufra como yo”, y pusieron en escena algunas de las muchas situaciones en que en Afganistán se atenta contra la dignidad y los derechos de las mujeres.Lo hicieron visiblemente emocionadas porque, para ellas, aquello no era teatro, sino retazos de su propia vida. A la función se invitó un público reducido, autoridades de confianza a las que se les pudiera revelar el lugar donde viven las jóvenes escondidas, una especie de cárcel de la que no pueden salir por su propia seguridad, pues les va la vida. La cita era a la una de la tarde, y a esa hora las chicas esperaban impacientes ver asomar, aunque sólo fuera una vez al año, caras nuevas en su cautiverio voluntario. Pero se hicieron la una, las dos y las tres –como dice Joaquín Sabina-, y allí no apareció nadie.“Lo siento me he quedado en el despacho porque tengo mucho trabajo”, dijo la responsable de temas de la mujer de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC), cuando se le llamó por teléfono para saber si finalmente se presentaría a la cita. Con una excusa similar se disculpó la representante del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem). La de la Comisión Europea contestó que estaba de viaje, a pesar de que el día anterior había confirmado la asistencia. Y más de lo mismo fue la respuesta de la representante del Ministerio de Asuntos de la Mujer.A la responsable de la ONG convocante, Selay Ghaffar, se le veía con cara claramente disgustada. Todas aquellas instituciones que daban excusas habían estado presentes un día antes en el acto oficial de conmemoración del Día contra la Violencia de Género, en el que tantos discursos se hicieron referentes a esas jóvenes víctimas a las que ahora nadie importaba ver.

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